Comienzan los entrenamientos para el Cruce Solidario.
Domingo. 5 de febrero. 08:30 de la mañana.
La calle aun mojada de haber llovido, no presagia nada bueno en el mar.
Sin embargo, no hace mucho frío aún para estar en Febrero.
La mayoría de los compañeros que van a hacer el reto ya habían anunciado que no podrían venir, así que esperabamos poca concurrencia.
El amanecer nos deleita con una vista impresionante mientras disfrutamos del café. Aunque, rápidamente, eso sí, para no entretenernos demasiado.
Ya habrá tiempo de desayunar tras el entrenamiento.
Ya en el punto de partida, cerca del faro, el mar está de Poniente, grisáceo, con olas que no parecen muy grandes, desde dónde estamos.
Pero es otra cosa cuando te acercas a la orilla. Durante la ruta en coche observamos que, pasando el faro, el poniente sopla con fuerza, sembrando el mar de borreguitos blancos robados a las crestas de las olas.
La costa es rocosa y no podemos nadar demasiado cerca de la costa. Ello nos obliga a tomar algo de distancia de la costa. Las olas son bastante grandes vistas desde aquí, aunque lo bueno es que el poniente te las echa a la cara, como una bofetada, de manera que no las ves venir. Pasados unos 35 minutos, y justo poco después de llegar a las cercanías del faro, dónde la corriente se incrementa exponencialmente, decidimos volver .
Ahora contamos con la suerte de chorrear las olas (1 o1,5 mts) a favor, por lo que vamos más rápido. No obstante, el frío comienza a hacer mella. No siento las manos, y no puedo cerrarlas en la forma habitual para hacer la “cuchara”. Mi compañero, otro tanto. Nado más deprisa, pero aún está lejos el punto de llegada. Tenemos que tener cuidado y atención de no separarnos mucho, pues es una regla básica para el cruce.
Algún rato después, ya vemos la escollera de rocas que marca nuestro punto de salida. Dejándola con precaución a la izquierda, nadamos a pleno rendimiento para llegar a la playa. Tras salir del agua nos hacemos con mucha dificultad esta foto para dejar constancia del momento, entre temblores y escalofríos.
Después, corremos cuesta arriba (curiosa sensación la de no sentir los pies) hasta llegar al bar dónde nos zampamos el bien merecido desayuno.
Y mientras tanto, alguno de mis compañeros en la cama. Un recuerdo para ellos...
Javier Herrera
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